Era una noche tranquila para el Tívoli. Ante la barra del mostrador alineábanse media docena de hombres: dos discutían con aire deprimido e intervalos de moroso silencio los méritos y ventajas del té de abeto y del zumo de lima en los casos de escorbuto. Los restantes apenas les escuchaban. En hilera, junto a la pared opuesta, se hallaban las mesas de juego. La mesa de dados estaba desierta. En la de faraón, jugaba un solo hombre. La ruleta no giraba, no teníapúblico, y el encargado de los juegos charlaba junto a la estufa con una joven de ojos negros, linda de cara y conocida de Juneau a Fort Yukon por el nombre de la "Virgen".
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